Verónica Moreno, gestora cultural en San Pedro de Atacama

“El impacto de la minería en el agua es súper fuerte, no sabemos qué va a pasar”.

Vive en San Pedro de Atacama desde hace 32 años. Aquí creó “La Tintorera” con unos amigos, nombre que se debe a los tintes naturales hechos por vegetales. Desde entonces la fundación se ha transformado en un lugar donde se reúnen artistas locales -atacameños y licanantay-  chilenos y de otras partes del mundo que viven en los oasis atacameños. Aquí se realizan  conversatorios, hacen música, preparan alimentos para compartir “suavemente”, como dice Verónica. Nada masivo.

¿Cómo nace este proyecto, de donde viene esta pasión por el arte y lo ancestral?

Fue alguna inspiración que llegó cuando por primera vez conocí San Pedro de Atacama, también por mi trabajo o las actividades que desarrollé en Valparaíso, donde nací, me crié y estudié. Allá me dedicaba mucho a hacer fotografías y a tejer desde bien niña, entonces cuando llegué acá pareció que podía aportar con lo mismo. Empecé a invitar a mis amigos, entre ellos a Antonio Suzarte, actor que ya falleció, hacía trabajo con niños. Y a lo largo de este tiempo y junto a mi compañero comenzamos a invitar a artistas chilenos, mapuche, norteamericanos, a una botánica. Han pasado artistas franceses también, pero en esa dinámica del compartir, de la amistad, de poder colaborar en el lugar donde has decidido habitar. Fue muy espontáneo y después se fue consolidando en una organización con personalidad jurídica, para que pudiera postular a fondos. Se creó legalmente hace dos años. También hago trueques, recibo terapeutas y me dan terapia a mí, y así vamos funcionando, compartiendo. De eso nació y desde la admiración que sentí desde que llegué por este territorio que es bellísimo, el colorido que tiene el desierto, que es impresionante y en la medida que fui conociendo más a la gente, a la comunidad y admirando sus artes, su música, su tejido, todos sus conocimientos en torno a habitar en un desierto, en los oasis de los desiertos.

¿Cómo fue el acercamiento a las comunidades atacameñas cuando llegaste?

Cuando llegué en 1988 estábamos en dictadura y a partir de los 90 empiezo a estudiar los efectos en la salud del arsénico y desde el trabajo social a vincularme más con todas las comunidades, entonces el arte siempre ha estado ahí presente, la artesanía, el hacer con las manos, el canto, la música, la poesía del lugar, fui conociendo a los artistas. Hay muchos artistas atacameños, licanantay, bailarines, ceramistas, gente que trabaja en madera, textileras, textileros también, lo que se va modificando con el impacto de la “modernidad”, entre comillas, del “desarrollo” desde fuera, y hay cambios, pero siguen manteniendo sus tradiciones. Aquí celebran la vida y la muerte y hay muchas ceremonias durante todo el ciclo agrícola. Entonces, el objetivo de la fundación es vincular y acercar estos saberes desde las personas que tienen otra cultura a las que llegan acá, para que puedan observar e integrarse, y desde su propia creatividad vincularse, relacionarse, compartir.

¿Y cómo esta cultura atacameña es recibida por las miles de personas que llegan cada año tanto de Chile como del extranjero?, ¿qué es lo que más les impacta, según lo que has podido percibir?

De los años que vivo acá he ido observando todos los cambios que han ocurrido y podría decirte que el primer impacto es el paisaje, y eso es lo que se ofrece desde las agencias de turismo: el paisaje. Y los que van más allá de la calle Caracoles, que es la calle principal, los que tiene otra sensibilidad, pueden acercarse más a la cultura, a la forma de vida, tienen más afinada la visión y la motivación e interés de llegar más allá; no solo ser un visitante que fotografía el paisaje, sino que disfruta de las noches estrelladas, de todo lo que se les ofrece, quieren conocer a los habitantes, cómo viven. Por otro lado, también está lo que el pueblo atacameño licanantay quiere mostrar de sus costumbres, las públicas, como cuando se celebran los santos patronos. Los que tienen el ojo más afinado pueden observar más allá del baile, se fijan en la simbología, en el vestuario, en qué son las danzas y en la medida que se comunican con otros puede darse cuenta de qué se tratan estas fiestas, que son algo encubierto, que son religiosas católicas, pero que hay un trasfondo de lo antiguo, las creencias. Tiene que ver con la salud y la enfermedad, las danzas son promesantes, gente que pide a través de la danza que se sane algún familiar o la propia persona que participa de la danza.

Poder compartir y conocer la cultura atacameña desde dentro es un privilegio entonces que no tiene cualquiera y que el turismo masivo, de “vitrineo”, impide ver

El acercamiento a algo más profundo, a las tradiciones, a las costumbres, algunas son muy privadas porque tienen un sentido de conexión con la tierra, con el agua. La comunidad, las familias, invitan a quienes desean, no es algo público. Es lo que expresan muchas personas acá, no que quieren que la cultura se transforme en show, sino en algo significativo, porque el turismo ha sido muy masivo, aún cuando este territorio siempre fue visitado y habitado por gente de distintas culturas quechuas, aymara, y no solamente está la cultura propia. Fue y sigue siendo un lugar de intercambio, a través del trueque.

La gente acá es muy amable, cuando tú te presentas con respeto, con cariño, atención, cuando observas y no quieres imponer tu mirada la gente se siente muy bien. Son cariñosos, divertidos, siempre están haciendo celebraciones y acogiéndote. La reacción puede ser muy distinta cuando una persona viene con otras motivaciones, para sacar provecho de una situación; tiene que ser muy delicado y respetuoso de la cultura del otro. Uno llega al lugar del otro, uno es invitado y lo recibe, cosa que se ha ido perdiendo en nuestras formas de vida. Ojalá que este receso, este cambio, esta transformación, nos saque estos valores.

Según lo que percibes en este contacto con las comunidades, ¿cuáles son las mayores amenazas actualmente para su cultura y forma de vida?

La mayor amenaza, el mayor impacto, es sobre el agua y la permanencia de esta cultura en estos oasis, puesto que hay una alta extracción de aguas subterráneas en el salar por la extracción de litio. Eso viene desde hace mucho tiempo, yo he vivido tres décadas acá y he visto el impacto que ha ido generándose en la población, en el tema de territorio y del impacto social. También el impacto que ha generado el turismo masivo de europeos, chilenos, entonces todo lo que sostiene la vida, el agua que es lo principal, empieza a ser muy impactado, pero principalmente es la extracción de aguas subterráneas por parte de la minería no metálica, Soquimich y Abermale y ahí se generan muchos conflictos con las comunidades. Son 18 comunidades  indígenas y está el Consejo de Pueblos Atacameños que las agrupa. Entonces comienza todo este tema de los acuerdos extrajudiciales, los acuerdos que tienen los consejos, de la gente que está inscrita legalmente en una comunidad y la que no, que es habitante del ayllu, pero que decidió en algún momento no inscribirse

Emigración a la ciudad, drogas y ausencia del Estado

Con el turismo empezó a ver mucha droga, aún cuando ya hay un alto consumo de drogas aceptadas como el alcohol al igual que en el resto de Chile, pero aquí se impacta la cultura, cambian las costumbres. En los años que llegué, a fines de los 80, también había una alta emigración a la ciudad, lo que fue disminuyendo porque se crearon otras fuentes laborales asociadas al turismo, la asociatividad con Conaf que es la administración de los sitios arqueológicos y del área silvestre que es la Reserva Nacional Los Flamencos que está en territorio ancestral atacameño. Y todo esto con un Estado que no figura, entonces esta tensión que se genera también tiene que ver con esa violencia económica que se ha ejercido en este territorio. El Estado no responde, no declara agotada la cuenca, el salar, no hay cambios en el Código de Aguas, no hay reconocimiento institucional de los pueblos originarios, como es el atacameño licanantay. Eso ahora se podría modificar, que es lo que esperamos todos.

¿Cómo las comunidades están subsistiendo y cuántas logran impulsar sus propios proyectos o integrarse a las empresas turísticas como guías, etc.?

En el turismo poco a poco empezaron a haber algunos emprendimientos por parte de miembros de las comunidades y familias, ya sea a través de hospedajes, algún pequeño restaurante y los arriendos de viviendas para agencias de turismo y restaurantes, en el centro histórico que todos conocen, el ayllu Condeduque.

Las agencias de turismo principales, las más grandes, son las que vinieron de otros lugares y ahí me refiero a lo conocemos como San Pedro de Atacama, que son los ayllu Condeduque centro histórico, Quitor y Sequitor, también hay algunos servicios asociados. Otra parte de la comunidad ha ido dedicándose a su tierra y ha seguido sembrando, tienen algo de animales, muy poco vacuno, quedan, ovejas, cabras, pequeñas crianzas de gallinas y conejos. Entonces, es una economía diversificada, algo de artesanía. Y qué pasa con los otros pueblos, Camar, Talabre, Peine, Socaire, hacia el sur del salar, o hacia el noreste Río Grande. Hay otras comunidades que siguen teniendo más ganado y que no tienen ingresos a través de la minería, como en el caso de Camar, Toconao o Peine, que están más vinculados a las empresas mineras, además está Chuqui. También están los ingresos más comunitarios por la administración durante años de la reserva de las Lagunas Miscanti y Miñiques, el Salar de Atacama, el Valle de la Luna. Los ingresos se derivan a educación, salud y también están los acuerdos que han hecho con la minera Abermale, que  significa que cada comunidad tiene un porcentaje.

¿Cómo ha impactado el cierre del turismo en la zona producto de la crisis sanitaria, considerando el alto porcentaje de personas que vive de él?

Ha habido una alta emigración de quienes pagaban arriendos y quienes hemos logrado comprar y aprendimos a sembrar nos quedamos aquí. Hay un porcentaje de gente que vive vinculada a la tierra y hoy día ese es el mensaje también: volver a la tierra, que es lo único que te da la seguridad del alimento, el dinero es algo que va y viene. Con esta situación sanitaria social económica nos damos cuenta mas todavía que el boom del turismo es una ilusión que de repente desaparece, no sabemos qué viene y lo que da seguridad son las costumbres de ayudarse mutuamente, la minga, el trueque, participan atacameños y no atacameños, pero tiene que ver con una costumbre, un conocimiento y un saber ancestral que se ha ido manteniendo. También ahora mismo se han activado muchos más huertos. Entonces, por ahí la economía y esta cultura antigua se han mantenido tantos años y se ha ido adaptando, que uno puede ver que se va a seguir repitiendo. Pero, ahora el impacto de la minería en el agua es súper fuerte, no sabemos qué va a pasar.

Sobretodo porque la demanda por litio proyecta triplicar la extracción en el salar durante los próximos años

Es algo súper fuerte lo que está ocurriendo y si no hay un salto cuántico en esta humanidad puede ser la misma situación que ocurrió con las salitreras. Esta cultura minera extractiva que no respeta, sino que solo sigue la ambición y el “desarrollo” para algunos, donde siempre hay una población que es desaparecida, oprimida, excluida, con este modelo neoliberal consumista, materialista, individualista. Tan lejos de lo que he aprendido acá, que tiene que ver con el bienestar, con mantener el equilibrio. Entonces, estas culturas lo que nos pueden mostrar son valores que tienen que ver con la vida comunitaria, la minga, el apoyarse mutuamente, el compartir, una vida más solidaria.

Este pueblo ha ido desarrollando estrategias para mantenerse en su territorio defendiéndolo, por eso uno desea que aprendamos algo los seres humanos, que se transforme el corazón y eso lo tenemos que hacer con un cambio personal, un cambio interno en nuestra forma de vivir, nuestra relación con la tierra, con nuestros vecinos, volviendo a retomar valores que tuvimos no tan lejos. Yo pienso en mis padres, mis abuelos, tenían una vida austera, mucha conexión con las plantas, aún cuando venían de las salitreras, habían sido migrantes. Y yo volví al norte sin saber que eso estaba en mi memoria antigua.

La dictadura hizo un cambio de valores muy fuerte, impactó en mucha gente y las nuevas generaciones vieron luces de colores con mucho materialismo, el consumismo en las ciudades. Acá se vive distinto, pero ahora en la ciudad también se está retomando la vida en los barrios que se había perdido, se ven jóvenes y gente mayor que están tomando otras formas de vidas, o retomando, recordando, de que se puede con poco y vivir bien.

¿Están los pueblos atacameños participando en instancias de coordinación para la defensa del agua?

Se han reunido con los diaguitas, con los coya, también con el pueblo mapuche, ha habido ceremonias, viajes de intercambio en relación al tema de la medicina complementaria e intercultural, educación intercultural. Ésta es además un área de desarrollo indígena. Respecto al Estado, hay corrupción y en los políticos. Uno se ha decepcionado mucho del sistema  político, no se ve realmente protección al agua, ni aquí ni en el resto de Chile, han vendido todo a consorcios internacionales, entonces entiendo esa relación de ser una colonia, de ser países empobrecidos mientras otros se enriquecen y están con autos eléctricos, no contaminado, mientras aquí se transforma en zona de sacrificio.

y justamente los pueblos originarios habitan territorios muy ricos. La gente aquí no se siente pobre. Será pobre en relación a los indicadores de niveles de vida de fuera, pero ricos en el sentido del territorio que habitan, de sus tierras, de tener esta forma de vida que es una riqueza, de los valores que todavía tienen estos pueblos, intervenidos, impactados, pero que se mantienen.

El ayni presente en la comunidad atacameña

Aquí alguien muere y está toda la comunidad en los rituales relacionados con la muerte acompañando a la familia, aportando materialmente. Yo he participado de muchas “bodas”, como les llaman, que son almuerzos comunitarios donde los alferes, son los encargados, y toda la familia trabaja todo el años para regalar, para ofrendar al resto de la comunidad un buen almuerzo, ofrecerles la fiesta. Eso nunca lo he visto en Valparaíso ni en Viña del Mar, algo comunitario. Hoy día se están activando las ollas comunitarias, que tienen mucho de esa fraternidad, de esa solidaridad, apoyarse mutuamente en un barrio, pero acá hay una cosa que se denomina el ayni, la reciprocidad, yo te doy y no voy a estar esperando que tú me des algo, sino que a lo mejor me llega algo de otra persona, de otro lugar.

Entonces es bonito cuando se puede fluir así en la vida, porque te das cuenta que puedes vivir en la confianza, que todo lo que tú necesitas está presente.

 

Gabriela Pazos Periodista gabapazos@gmail.com