Durante 2011 excavaciones en un terreno privado al interior de Tunquén, en la Región de Valparaíso, condujeron al hallazgo de doce tumbas prehispánicas bajo un conchal del lugar. Justamente las conchas de los moluscos acumulados crearon las condiciones adecuadas para la conservación los restos, algunos de ellos, “mostraban rasgos polinésicos”. El estudio del sitio fue realizado por el arqueólogo de la Universidad de Playa Ancha de Valparaíso (UPLA) José Miguel Ramírez, quien ha investigado la herencia polinésica en culturas prehispánicas de Chile.
Entrevista J. M. Ramírez (Upla.cl. 07.11.2023)
Por encargo del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), el rescate fue realizado por el arqueólogo y ex integrante del Centro de Estudios Avanzados UPLA, José Miguel Ramírez, quien ha desarrollado una línea de investigación en torno a la herencia polinésica en culturas prehispánicas chilenas. Tres años después de los primeros análisis realizados, el investigador confirma los rasgos encontrados en al menos cinco de ellos, pero también advierte las nuevas interrogantes que han surgido y los procedimientos que se avecinan para validarlos.
“Cadena de coincidencias”
La búsqueda de rasgos polinésicos en la cultura Mapuche comenzó en 1987, cuando Ramírez participó en las excavaciones del Museo Kon Tiki de Oslo en Rapa Nui. A la cabeza estaba Thor Heyerdahl, obsesionado con la idea de que habían sido nativos prehispánicos de Perú los responsables del excepcional desarrollo cultural en la isla.
Este contacto llevó a Ramírez a buscar en la dirección contraria: un proyecto Fondecyt en los años 1990-91, con el objeto de evaluar las posibles evidencias de elementos culturales en el centro sur de Chile que podrían considerarse como préstamos culturales polinésicos (clavas de tipo polinésico, palabras de probable origen polinésico y la dalca chilota, entre otros). En esa búsqueda, apareció una referencia de 1903 que describía la forma pentagonal de tres cráneos encontrados en Isla Mocha.
¿Cómo son los rasgos polinésicos?
La morfología del esqueleto polinésico (fenotipo) está caracterizado por tres rasgos: la forma pentagonal del cráneo, la mandíbula “rocker” (mentón levantado) y la forma de la cabeza del fémur. En la investigación de los años 1990-91 apareció una mandíbula “polinésica” encontrada en la Isla Mocha, pero todavía era muy prematuro para decir algo concluyente.
¿Y cómo retomas esta línea de investigación?
En 2004 organicé el VI Congreso Internacional de Rapa Nui en Viña del Mar e hice un poster sobre los elementos polinésicos en Chile. La frase final, que no sé de dónde la saqué, decía que la única forma de probar científicamente [esta transferencia cultural] es que alguien comparara la genética de la gallina prehispánica y la gallina polinésica en contexto arqueológico. Fue un tiro al aire, pero en el congreso conocí a Lisa Matisoo-Smith, que hizo su tesis doctoral sobre la dispersión del ratón polinésico por el Pacífico a través de análisis de ADN, y casualmente tenía una alumna doctoral que se encontraba analizando huesos de gallina de todo el Pacífico.
“Unos colegas habían encontrado recientemente huesos de gallina en un conchal prehispánico en Arauco y me facilitaron unas muestras, las envié a Lisa a la Universidad de Auckland, y después de varios meses me informó del hallazgo: ADN de gallina polinésica en los huesos de gallina de Arauco. En el año 2007 publicamos los resultados del ADN y fechados de C14 obtenidos directamente de los huesos, de data prehispánica. Finalmente, teníamos evidencia dura del contacto polinésico en las costas del centro sur de Chile en tiempos prehispánicos”.
“A raíz de eso, seguimos trabajando con huesos. Fuimos al Museo de Concepción, donde pudimos ver otros cráneos humanos de la Isla Mocha. A primera vista, algunos de ellos no correspondían al patrón grácil Mapuche. Las medidas craneométricas confirmaron que 3 de los 6 cráneos que pudimos medir se vinculaban al patrón polinésico. Además, algunos de los cráneos presentaban protuberancias relacionadas con enormes inserciones musculares desde la nuca a los hombros, un patrón conocido a través del Pacífico”.
¿Y cómo aparece Tunquén?
Esto fue en el 2011, con el hallazgo casual en un predio particular. La gente piensa que es en la playa, y no, fue en un conchal a cinco kilómetros al interior. Allí se me encargó dirigir el rescate. Lo más extraordinario es que estaban enterrados en el subsuelo, en fosas excavadas en el sustrato de maicillo típico de los cerros de nuestra costa. A medida que se iban levantando los esqueletos, me di cuenta que varios de los cráneos tenían rasgos polinésicos. Trabajamos solo con voluntarios, colegas y estudiantes de arqueología y antropología física, con el gran apoyo del dueño de casa, pero en ese tiempo no tuvimos los recursos para hacer los análisis.
O sea, fue una coincidencia…
Aquí hay un montón de casualidades que se fueron sumando en un lapso de treinta años, pero casualmente me tocó a mí. Desde el contacto con Heyerdahl en mi primer viaje a la isla, el poster del Congreso, el contacto con Lisa Matisoo-Smith y su estudiante analizando huesos de gallina, el primer hallazgo de huesos de gallina en Arauco, hasta llegar al sitio de Tunquén, fue una cadena de coincidencias. El hecho es que, como no había recursos, lo de Tunquén quedó pendiente hasta 8 años después, estando en el CEA de la UPLA. Allí postulé a un fondo de investigación para hacer análisis de los huesos y fechados absolutos.
Ingreso a la UPLA
Con financiamiento de la Dirección General de Investigación y el apoyo de la investigadora Matisoo-Smith, Ramírez ahora cuenta con el análisis mitocondrial – la línea materna – y la data de los huesos encontrados: Período Alfarero Intermedio Tardío o Cultura Aconcagua, es decir, entre los años 1000 y 1450 de nuestra era.
¿Cuáles son los resultados del análisis mitocondrial?
Arrojó linaje nativo, de nativas americanas o población local. Queremos conseguir el ADN nuclear porque creemos que, en caso de estar presente, el ADN polinésico debería corresponder al linaje masculino. Aun así, tenemos otra información valiosa como la descripción de los restos, sexo, edad y todo el análisis bioantropológico que permite ver una vida muy dura.
¿Cómo así?
Describimos los cuerpos y encontramos que había hombres y mujeres, todos adultos y solo un niño o niña recién nacida. Tenemos que considerar que eran jóvenes para los estándares actuales, de estatura normal, pero hay un chico que probablemente murió a los 15 o 16 años y que fue criado de una manera distinta al resto. No tenía la abrasión dental de los demás. Eran poblaciones que consumían materias duras, como granos y mariscos, y que esta arena se incorporaba a la masticación. La dieta deja una huella en los huesos, pero este chico tenía los dientes impecables, sin abrasión como todo el resto y eso indica que muy probablemente no masticó nada duro en toda su vida, seguramente porque siempre estuvo enfermo.
“El análisis bioantropológico describió patologías infecciosas. Sus huesos tenían orificios a raíz de estas infecciones y probablemente esa fue su causa de muerte. Es una patología muy rara de ver, y podríamos imaginar que por eso lo trataban y alimentaban de una manera distinta, porque sus huesos dejan ver que no comía lo mismo que el resto. Todos los demás tenían marcas por cargar demasiado peso, por caminar sobre las rocas, por fracturas… Hay patologías asociadas a los modos de vida, huellas de actividades que quedan en el cuerpo y en los huesos”.
Además de eso, el investigador declara que encontraron una sorpresa en el conchal Bato, una cultura anterior. Una pequeña evidencia de los Aconcagua, un par de fragmentos de cerámica anaranjada con decoraciones geométricas negras que aparecieron en la superficie. “Estas personas de la cultura Aconcagua trasladaron sus muertos hasta la costa y excavaron a través de un conchal Bato para enterrarlos. Cavaron hasta llegar al subsuelo, algo así como un metro, y allí dejaron sus muertos. Los Bato o Llolleo entierran dentro de su sitio habitacional, donde viven, pero estos personajes trasladaron a sus muertos hasta acá y eso abre muchas más preguntas”. Actualmente, Ramírez y su equipo están realizando análisis de isótopos.
¿Qué información entrega el análisis de isótopos?
Puedes confirmar la dieta y asociarlos a una cultura. Saber si eran agricultores, cazadores u horticultores te permite hacer esas asociaciones. También, a través del agua, puedes saber si eran personas del interior que se instalaban acá [en la costa] o eran locales. Es un análisis en proceso que también está vinculado a mi tesis doctoral, donde estoy trabajando patrones mortuorios.
¿Lograron identificar alguna otra indicación de patrón o rito mortuorio?
La mayoría de los cuerpos fueron enterrados boca abajo, con las extremidades inferiores extendidas, y las manos hacia la cara. No tenían ofrendas de cerámica, sino algunas piedras naturales que rodeaban la espalda, o conchas de loco que eran puestas encima, pero eso es todo. No hay puntas de proyectil, ni nada de eso. Uno de ellos tenía un guijarro redondo en la espalda, en el omoplato derecho, un bolón natural que estaba muy pulido, seguramente de borde de río, puesto allí intencionalmente.
Pérdida de información
Para Ramírez, el proyecto tiene relevancia porque aporta datos concretos, fechas calibradas, en relación a estos humanos que alguna vez habitaron la región. “Hay problemas en algunos momentos de la historia, en la transición entre el Alfarero Temprano e inicios del Intermedio Tardío, algo que hace ruido y que no conocemos del todo. En la decoración de la cerámica, por ejemplo, pasamos del naturalismo a la geometría, conceptos totalmente distintos”.
¿Y qué hipótesis existen?
Hay todo tipo de hipótesis, algunos piensan que es la misma población que evoluciona, mientras que otros creen que hay una superposición de poblaciones, pero la verdad es que nos falta información. ¿Quiénes son estas personas que vienen a la costa a enterrar sus muertos? Hay muchos datos únicos, ¿pero ¿cómo se integran en una comprensión más compleja del problema? No tenemos patrones estandarizados, y hay muchísima información faltante, entonces no es fácil definir patrones con unos pocos datos dispersos.
¿Entonces estos cuerpos prueban la hipótesis de la herencia polinésica en las culturas prehispánicas chilenas?
No, todavía no se puede decir a ciencia cierta porque nos falta el linaje masculino. No tenemos la genética completa. Hay morfología polinésica, sí, pero queremos completar el análisis. No queremos que sea otra anécdota más, y tampoco queremos que sean hallazgos cuestionados. En cualquier disciplina hay personas que se dedican a hacer zancadillas. Este mismo proyecto se ha visto envuelto en información falsa.
¿Qué tipo de información falsa?
Personas que se hacen pasar por colegas míos en la investigación, que aparecen en la prensa y que ni siquiera conozco… Por otra parte, también es conocido el caso de coleccionistas o huaqueros que roban documentación y piezas arqueológicas o esculturas históricas porque el tema del patrimonio es interesante, pero eso parte de una falencia estructural. Una mala base de nuestra educación.
¿En qué sentido?
Los chilenos no conocemos sobre nuestros propios ancestros. En el programa de educación escolar, por ejemplo, se entrega solamente un barniz sobre incas, mayas y aztecas en séptimo básico, pero nada de las culturas prehispánicas de cada región de Chile ¿Entonces cómo uno espera que haya respeto por el patrimonio?
Aun así, Ramírez reafirma su interés y dedicación por la educación y la difusión. Tras seis años en la UPLA, donde se desempeñó como investigador del CEA y HUB Ambiental, el arqueólogo José Miguel Ramírez actualmente se encuentra realizando docencia en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad Técnica Federico Santa María. Siendo así, extendemos la invitación a la charla gratuita, “Cultura Rapanui: Arqueología Rapa Nui. Espectaculares noticias y nuevas preguntas”, que realizará este próximo viernes 10 de noviembre en el Museo Fonck.
Artículo original en Upla.cl